Abuela Herminia: La muerte es ese ente posesivo y celoso con el que nos encontramos a lo largo de nuestra vida muchas más veces de las que quisiéramos. Cuando somos pequeños y si tenemos la fortuna de que no nos roce de cerca, apenas tenemos conciencia de ella, pero conforme crecemos y van cayendo aquellos que han compartido nuestros devenires, vamos conociendo su rostro, a veces poco a poco y otras veces, como nos está pasando últimamente, de forma demasiado continua.
Nos aparece con ese rostro amarillento que se nos queda prendido en la retina, el alma y la memoria y que no podemos borrar porque nos deja heridas en las entrañas.
El miércoles pasado a las 5 de la tarde como en la elegía Lorquiana, Herminia, la abuela de Laura y por lo tanto puedo decir que mi abuela también, nos dejó, una vez más como en este último año, una de esas heridas irreparables en nuestras entrañas.
A menudo, es la vida, la que nos pone en el camino de otras personas que acabamos amando, al principio, por el simple hecho de que las aman aquellos a quien nosotros amamos antes, pero que terminamos no solo queriendo sino admirando por su propia valía, por su propio ser y por la propia convivencia.
Yo he tenido suerte en este aspecto, pues esa vida y Laura, siempre Laura, me ha dado la oportunidad de añadir una abuela más, Herminia, a aquellas que la sangre y la genética me concedieron.
Durante estos casi 10 años compartidos no solo he gozado de su cariño y su respeto, nunca un mal gesto, una mala palabra, un reproche… sino que he aprendido muchas cosas, desde las más prosaicas del tipo, como cogerle el punto a la tortilla de patatas, a aquellas que están entre las mayores virtudes que puede tener el ser humano, como son la generosidad infinita, el poner siempre a los demás por encima de uno mismo, el sacrificio constante por los suyos o la propia fuerza y valor, que tanto nos falta a veces a las gentes de hoy en día, para sobreponerse al dolor, a las propias limitaciones físicas, a veces, para estar, mientras se tiene un soplo de fuerza, en la brecha, de la ayuda, de sacar adelante las cosas cotidianas de la vida y de no rendirse nunca ni siquiera cuando la enfermedad acecha.
Junto a ello quedan las sensaciones, los recuerdos, muchos prendidos en el paladar, como sus insuperables y tradicionales natillas para el día de la Virgen de Belén, los buñuelos de San José, las pelotas de relleno del día de Navidad, el arroz en pimientos, los canelones… o el logro de haber conseguido que me gusten un poco los gazpachos, que nunca fueron santo de mi devoción. Otros tienen que ver con las conversaciones, con las historias de antes, lo visto y oído durante muchos años, las cosas de la guerra y la postguerra, la forma de vida de antaño etc. etc. Y otros más tienen que ver con las estampas, verla acunando a mis hijas y como se dormían en sus calientes brazos y pechos, contarles un cuento, jugar con la imaginación de Belén o irse a la cama con ella los fines de semana en Almansa; cuando la niña se negaba a acostarse hasta que no fuese a hacer lo propio su compañera, su bisa, su amiga…Sé que son solo pinceladas, retazos de otras muchas cosas, pero sirvan de ejemplo y de homenaje, de añoranza y luto, por imágenes que no van a volver a repetirse y que quedarán, eso sí, impresas en las fotografías del alma, y cuando las miremos, y dejemos caer alguna lágrima, en esas otras fotografías que ponemos en los marcos y los álbumes, tendremos al menos el pequeño consuelo de saber lo mucho que pudo disfrutarlas.
Luego queda Laura con su dolor a cuestas, la pérdida de ese sostén de infancia y adolescencia que se extiende hasta la propia edad madura, que hoy nos ocupa… y su dolor es mío como antes fue suyo el de mi sangre.
Compartir el dolor no es una hazaña, es solo la inevitable consecuencia de compartir la alegría, una consecuencia de estar juntos y formar parte el uno del otro.
Decía Miguel Hernández, (siempre recurro a él), que “el hombre no reposa, quien reposa es su traje” y tal vez sea cierto, hay personas (hombres y mujeres) que luchan y trabajan toda la vida y solo reposan en ese último e infalible destino de la muerte. Tal vez, Herminia haya sido una de ellas, mientras le aguantaron las fuerzas, siempre estuvo ahí para echar no una mano, sino muchas y a veces todas.
Para Herminia y por supuesto para Laura, dejadme hoy que termine con un verso este Sirimiri, que ya habrá tiempo para otras cuitas.
Al igual que el guerrero generoso
que no se rinde nunca en la batalla
y no le tizna la pena cuando estalla
solo en la muerte alcanza su reposo…
Herminia, corazón, traje de abuela,
bordadora de luchas y cariños,
manzana fresca en labios de sus niños,
que te acuna y el llanto te consuela.
Vuela tu pecho, libre de ataduras
surcando los espacios infinitos…
Verás por fin pirámides de Egipto,
meciendo faraones con ternura.
Atrás queda este mundo primitivo,
sufriendo sus labores cotidianas,
subiendo cada día su persiana…
Quedan, una vez más, solos los vivos.
¿Quien volverá a poner canela en las natillas…
Quien tapará a Belén, prieta la manta
entre las frías noches de tu Almansa…
Quien dormirá a Esther en sus rodillas?
¿Dónde se han ido, Herminia, tus mejillas
dejándonos tan huérfanos de besos?
¿Quien guiará mi mano en el proceso
de hacer como dios manda una tortilla?
La muerte arranca un poco de nosotros,
cada día que pasa de tu ausencia.
El aire, que aún mantiene tu presencia,
nos va a pegar la vida rota a trozos.
Las lágrimas se escapan de tu nieta…
Los años van poblando su memoria…
Retazos y momentos de tu historia
van pintando su cara de tristeza.
Luego, prendidos en tus ojos y tus manos,
miraremos atrás con cicatrices,
volveremos a jugar a ser felices…
pasaremos inviernos y veranos.
Retornará a ti, mi amor, cada mañana
al calor imaginario de tus brazos
y al cobijo voraz de tu regazo,
libará Laura, tu voz en su garganta.
¡No puede la muerte detenernos!…
¡No vence la parca a lo vivid!
¡No muere el corazón aunque ande herido!
¡No le gana la muerte a los recuerdos!
Y en esa celosía de adiós y despedida,
dónde se juntan soledades y quebrantos…
donde parece que solo cabe el llanto…
permaneces aquí Herminia con vida.
Porque al calor de los tuyos, te reclamo
con tu fuerza, tu don y tu figura…
con tu risa, tu piel y tu ternura
para velar por los que aquí quedamos.
Llevaremos tu nombre en la maleta.
Llevaremos tu ejemplo en bandolera.
Y en ese devenir de noche entera,
en sus divinos ojos… te llevará tu nieta.
Juan Antonio Andújar Buendía
Hola Nete! Gracias por escribir este homenaje para la que fue tambien mi abuela. Tienes razón, las personas que queremos no mueren, porque quedan vivos en nuestros corazones. Cuida a Laura, porque lo necesita. Yo intentaré hacer lo mismo con Andrés. Un abrazo!
ResponderEliminarHola Juan, soy Andrés.
ResponderEliminarGracias.
He leido los comentarios con retraso, gracias a los dos, besos
ResponderEliminar