UNA FRASE

Llamó a mi puerta la nostalgia y no le abrí... pues estaba buscando soluciones para el futuro




jueves, 10 de enero de 2013

EL SIRIMIRI QUE NO CESA- MI ABUELA PEPITA

Mi abuela Pepita. Casi un año después, este sirimiri que no cesa, vuelve a encontrarse de cara con la muerte, mi abuela Josefa Tomás Serra ha dejado atrás sus 97 años y supongo que si existe ese cielo prometido, en el que ella  creía y he de reconocer que yo no tanto, habrá ido, como se dice en estos casos, a encontrarse con su Dios y con sus queridos Juan (mi abuelo) Nani (mi tía) y Juanín (mi padre).
Si existiese ese cielo, en el que hoy quisiera creer recuperando por ella, algo de la fe perdida, mi abuelo la volverá a llamar Josefa para seguir caminando juntos en esa eternidad supuesta, como hicieron tanto tiempo en este mundo nuestro y de la mano de la juvenil Nani, volverá a acariciar la frente de su Juanín como tantas veces hizo en las vicisitudes de la vida.
Los que aquí permanecemos, el resto de sus hijos, nueras, yernos… sus 26 nietos con sus parejas, sus bisnietos con los que ya voy perdiendo la cuenta, nos quedaremos como siempre con los recuerdos, con lo vivido, con la memoria y la nostalgia que llenan los vacíos y los huecos, tras una existencia plena, cuasi mítica.
Muchas veces de las personas queda la obra, lo que han hecho en la vida, lo que han dejado, la huella con la que uno pasa. La obra de mi abuela es su familia, somos todos y cada uno, con nuestros defectos y nuestras virtudes, con nuestros aciertos y nuestros fallos, porque más allá del amor, del cariño que toda relación familiar tiene (o debería tener) creo que todos nosotros y supongo que muchos de los que la conocieron, tenían y tenemos una profunda admiración por Josefa Tomás, por la abuela Pepita, por esa diginidad con mayúsculas que presidió su existencia y por saber muchas veces de forma innata y otras por su capacidad de entender las cosas o de adaptarse a los tiempos, dar a cada uno su sitio sin menoscabo de ninguno y eso en una familia tan numerosa es realmente una hazaña.
Conmigo, que soy solo un eslabón más de esta interminable cadena, jamás tuvo un mal gesto ni una mala palabra, ni un reproche, y eso a pesar de que estoy seguro, que algunas cosas (más bien de las que no he hecho que de las que he hecho, llámese casarse o bautizar a sus bisnietas) iban en contra de sus fuertes, profundas e interiorizadas convicciones religiosas.
Cuando uno habla de su gente, de la gente que quiere o ha querido y más en estas circunstancias, puede pecar de exceso o puede caer en la sensiblería e incluso acabar siendo ñoño o cursi, no quiero que sea así, por más que se agolpen los recuerdos y esté tan reciente el dolor no solo actual sino el que nos acometió hace ahora casi un año.
Pero dejadme eso sí que afronte al menos para descanso de mi espíritu las visiones del pasado, desde los tiempos de Madrid por San Isidro cuando mis abuelos “habitaban” mi casa infantil de la calle Aristóteles 7, las mañanas por las calles de la capital con el bullicio de los comercios y los grandes almacenes y las tardes esperando que el abuelo y mi padre saliesen de Las Ventas, para buscar el regocijo del aperitivo madrileño en algún local típico.
La adolescencia y juventud trasladando el centro de operaciones taurino a la Feria de Albacete incorporado yo ya al cartel de aficionado y con la abuela y mi madre esperándonos en algún chiringuito.
El viaje a la finca de Victorino en Cáceres con los toros a lo lejos.
La Nochebuena y la Navidad en su casa, el Pavo, y la mesa puesta para un montón de gente y luego cuando bajaban ellos a casa de mis padres durante los últimos años normalmente en Nochevieja.
El arroz y pollo de los domingos, la paga y la partida de dominó con el premio de la chocolatina.
Los veranos que se vinieron a Campello, cuando por las tardes nos sentábamos en la terraza del bar de abajo tras el paseo. 
Las múltiples reuniones familiares con motivos celebrativos y las llamadas de teléfono cuando por h o por b y en los últimos años no nos hemos visto en alguna fecha señalada, la última aunque ya no podía hablar con ella, este pasado día 24.
 El consuelo mutuo en los momentos difíciles en que la enfermedad atacaba nuestro punto más débil.
Su risa con Laura diciéndole ¿Cómo están las cosas guapas? Frase escuchada hasta con un atisbo de sonrisa hasta en estos últimos días.
Las nenas, Belén y Esther, especialmente Belén que la ha disfrutado más, ¡lo hueca que estaba Pepita con ella en brazos siendo bebé! Y la gracia que le hacía su porte, su estilo y sus ocurrencias. Las veces que le decía guapa.
Los primeros trotes de Esther por su casa y el ay continuo por si se hacía daño.
En definitiva la vida…
Permítanme los lectores que hoy abrevie el Sirimiri pues no es día de otros asuntos, tiempo habrá para ello y que deje como tributo final un breve apunte en el lenguaje del abuelo, de Juanín y el mío.
Por el camino del viento centenario…
Transita ya tu frente plateada
Amparado en su Virgen del Rosario,
        Papa Juan le sostiene la mirada…
        Acarician la sombra de tus sienes
        los hijos y los nietos que quedamos,
        la sonrisa de los que van y los que vienen…
        El verbo familiar que conjugamos
        En la puerta Juanín espera el beso…
        Lleva a su hermana Nani de la mano,
        volver a ellos en el viaje de regreso
        son la luz y la voz de sus hermanos
        Y allá… en las puertas de ese Cielo
        donde el creyente siempre resucita…
        Iluminas palabras de consuelo…
        Con ellos ya está Mamá Pepita…


                        Juan Antonio Andújar Buendía

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